Los andaluces ¿descendientes de moros?
Es un mito popular que las gentes de Andalucía en general, descienden, al menos en parte, de la población musulmana que habitaba la región antes de la conquista castellana; un mito de origen extranjero (promovido desde el siglo XIX por escritores como Washington Irving) que ha calado tanto, que ha acabado teniendo graves repercusiones políticas e identitarias, y ha servido de base ideológica para la artificial Comunidad Autónoma de Andalucía (cuya bandera tiene un origen islámico, donde se camuflan las mentiras de los «andalucistas»).
Afortunadamente, el mito (la patraña) cada día está más desmentido, y como ejemplos, aquí, aqui, aqui y aquí.
Lo cierto es que los españoles del sur nada tienen que ver con quienes construyeron la Alhambra (por muy fascinante que nos parezca este monumento), ni fueron nuestros antepasados quienes saquearon Compostela a las órdenes de Almanzor. Lo demuestran, sin ir más lejos, recientes estudios genéticos, [1] así como todos los historiadores serios. Por mucho que vanamente se empeñen algunos en negarlo, las expulsiones masivas de los moriscos se produjeron. Y las repoblaciones masivas de cristianos viejos, también.
¿Por qué, salvo algunos esclavos y cautivos, no había cristianos en ninguno de los reinos de Andalucía cuando estas tierras son reconquistadas?
No olvidemos que la Bética había sido hogar de muchos santos, incluso de Padres de la Iglesia como San Osio de Córdoba, San Leandro y San Isidoro de Sevilla.
Esta tierra incluso había albergado un importante acontecimiento cristiano de la Antigüedad, el Concilio de Elvira.
La respuesta es sencilla: los «tolerantes» musulmanes los habían expulsado, aniquilado o habían forzado su emigración. Esta intensa represión tuvo lugar especialmente tras la llegada de almorávides y almohades, pero también antes, como prueban episodios como el de los mártires de Córdoba.
Es cierto que en los primeros siglos de Al-Andalus, el grueso de los cristianos hispanos, lejos de islamizarse,[2] siguieron constituyendo la mayoría de la población, que conocemos por el nombre de mozárabes. Pero poco a poco fueron pasando al norte. De hecho, la población del reino astur-leonés iría aumentando casi exclusivamente con los mozárabes venidos del sur. [3]
Tras la expedición de Alfonso el Batallador de 1125, con la que colaboraron los mozárabes, una multitud de estos fueron deportados a África por decreto del emir almorávide Alí ibn Yúsuf en el año 1126 [4] (miles de ellos lograrían regresar a España dos décadas después, estableciéndose en Toledo) [5] y, pocos años después, los que habían quedado, sometidos a un hostigamiento continuo, se vieron obligados, por decreto del sultán almohade Abd al-Mumin, a emigrar a Castilla y León o islamizarse, bajo pena de la vida y confiscación de sus bienes. [6]
Reconquistada la Baja Andalucía por el rey San Fernando en el siglo siguiente, le tocaría el turno a los musulmanes, que fueron desterrados de esta región a consecuencia de la revuelta mudéjar de 1264.
La región quedó despoblada e inhóspita (los moros se marcharon al vecino reino nazarí de Granada) y fue repoblándose con cristianos procedentes del norte durante un proceso lento y prolongado, [7] lo que explica que se tardase también tanto en tomar Granada. El historiador Manuel González Jiménez habla de «la práctica sustitución de una población por otra». [8]
Como muestra el gran arabista Francisco Javier Simonet, tradicionalista y autor de la monumental Historia de los Mozárabes de España, para cuando llegasen los Reyes Católicos, en ese reino no quedaría vestigio alguno de la antigua población hispana:
«en el reino y Estado nasarita, fundado por Aláhmar con elementos puramente musulmanes y repoblado con la inmigración de los moros expulsados de los reinos de Sevilla, Córdoba, Jaén, Valencia y Murcia, recién conquistados por nuestros Monarcas, no había para la tolerancia del gobierno musulmán los motivos que hubo en otro tiempo cuando los sultanes de Córdoba contaban entre sus vasallos una inmensa muchedumbre de cristianos españoles; y así en el nuevo reino no había para los nuestros más partido que huir ó renegar». [9]
Cuando los Reyes Católicos toman Granada en 1492, se permitió a sus habitantes quedarse sin que tuviesen que renunciar forzosamente a su fe, merced a las condiciones de las capitulaciones.
Por otro lado, como es natural, el cardenal Cisneros (hombre caritativo e ilustrado) inició la evangelización de Granada, que en un principio dio muy buenos resultados, hasta tal punto que los mismos doctores musulmanes de la ciudad se convencieron de sus errores y pidieron ser bautizados.
Ello impresionó de tal manera a los moros granadinos que, imitándolos, acudieron en masa a bautizarse. [10]
Llevado de su celo apostólico, Cisneros mandó quemar públicamente en la plaza Bib-Rambla copias del Corán y libros de teología islámica (salvando expresamente todos los de ciencias), lo que, unido a otros sucesos menores, terminó de soliviantar a los moros no convertidos, los cuales iniciaron un efímero levantamiento en el Albaicín en 1499. [11] Este se extendió a las montañas, y en el año siguiente, Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, tuvo que sofocar una primera revuelta mora en Güéjar y Lanjarón. [12]
Pacificada la región, Fernando el Católico dictó disposiciones para facilitar la evangelización con estímulos y recompensas para los que se hicieran cristianos. Sin embargo, algunos moros, en lugar de acogerse a estas ventajas y privilegios reales, optaron por asesinar a los misioneros, saquear e incendiar pueblos y vender en África como esclavos a los hombres, niños y mujeres que capturaban en sus correrías. [12]
Los moros habían incumplido las condiciones de la capitulación, de manera que se suprimió el estatuto de mudejaría. En 1501 Fernando el Católico dispuso que se aparejasen en el puerto de Estepona los buques necesarios para el transporte de los moros que prefiriesen pasar a Berbería antes que hacerse cristianos. [13]
Sin embargo, el problema morisco persistió. Durante el siglo XVI en las costas españolas (especialmente en las del reino de Granada) turcos, berberiscos y corsarios practicaron saqueos y secuestros de cristianos, lo que, según informes transmitidos al rey, podían hacer debido al trato y la ayuda que recibían de algunos moriscos. [14] Ante este panorama, se endurecieron las medidas contra ellos.
A petición de las Cortes de Castilla (1559-1560), Felipe II prohibió a los moriscos tener esclavos negros a su servicio, para evitar que los educaran en el mahometismo. También se les prohibió usar armas sin autorización, y cuando estos empezaron a rebelarse, se reunió un concilio provincial en Granada, en el que se acordó prohibirles el uso de la lengua árabe y las costumbres moriscas. [15]
En 1568 se produjo la insurrección mora más conocida: la llamada rebelión de las Alpujarras (que en realidad afectó a todo el reino de Granada), en la que cientos de cristianos granadinos indefensos fueron degollados por los salvajes monfíes.
Para conocer las muchas y escalofriantes atrocidades que los moriscos cometieron contra nuestros antepasados, recomendamos la lectura de Historia del Rebelion y castigo de los Moriscos del reyno de Granada (1599), por Luis del Mármol Carvajal. Esta obra fue reeditada en 1797, en palabras de su editor:
«como una obra tan digna de ser leida, y que puede dar honor á la nacion por el merito que en sí tiene, y las grandes hazañas de nuestros antepasados en una conquista que tantos bienes acarreó á la Religión Christiana, no merecia que estuviese tan sepultada en el olvido por la rareza de sus exemplares».
Como consecuencia de esta revuelta, sofocada por Don Juan de Austria, la práctica totalidad de los moriscos que quedaban en el reino de Granada (más de 60.000) tuvieron que ser diseminados por la Corona de Castilla. [16] Pagaron justos por pecadores, pues se desterró a todos, también a los que no habían participado en la sublevación. [17] En la guerra alpujarreña habían muerto, además, según el embajador veneciano Leonardo Donato, una tercera parte de los moriscos que habitaban la región. [18] Extensas zonas de las actuales provincias de Almería, Granada y Málaga quedaron despobladas (de los 400 pueblos de la región, medio siglo después solo se había conseguido repoblar 270). [19]
El historiador Antonio Domínguez Ortiz afirma que, a pesar de los grandes recelos por parte de los cristianos viejos y aunque los matrimonios mixtos fueron rarísimos, con el paso de las generaciones los antiguos moriscos granadinos (ya dispersos por Castilla), podrían haber llegado a ser integrados. [20] Sin embargo, los continuos tratos entre moriscos de diferentes partes de España, sus intrigas con franceses, turcos y berberiscos y el alarmante aumento de la población mora en el reino de Valencia motivaron que, en 1609, Felipe III decretara su expulsión general, por sugerencia del duque de Lerma. [21]
Se evitaba así que los moriscos sirviesen de quinta columna en cualquier ataque de turcos o berberiscos.
El historiador francés Henri Lapeyre, en su exhaustivo trabajo Geografía de la España morisca, incluso pone cifras detalladas. De los cerca de 300.000 moriscos que vivían en España, abandonaron definitivamente nuestro país en torno a los 275.000 con la primera expulsión. [22] En 1614 se expulsó a otros 7000 más que habían vuelto clandestinamente. [23] Los poquitos que quedaron (por ser esclavos, haberse integrado en familias cristianas o haber abrazado la vida religiosa) suponían menos de un 0,3 % de la población española de siete millones, [24] y no se concentraron en Granada.
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